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jueves, 16 de julio de 2015

ERIN PIZZEY, Escritora, periodista, nacida en China en 1.939.-



ERIN PIZZEY
Escritora, periodista y, ante todo, precursora del movimiento mundial de albergues para mujeres maltratadas. Hija de un diplomático británico, Erin Patricia Margaret Carney nació en China en 1939, y alternó sus primeros años entre los diversos destinos de su padre en ultramar y una estricta escuela religiosa de Inglaterra. En 1961 se casó con el periodista Jack Pizzey. Divorciada, en 1979 contrajo matrimonio con el psicólogo Jeffrey Shapiro, en cuya colaboración escribió Prone to violence (“Proclives a la violencia”) (1982).
En 1971 fundó el primer albergue moderno de mujeres maltratadas en Chiswick, cerca de Londres, y conoce de primera mano el mundo de la violencia doméstica. El albergue de Chiswick, en el que Erin Pizzey mantuvo a toda costa una política de puertas abiertas, pronto se vio desbordado por la gran afluencia de mujeres y niños. Las autoridades no tardaron en preocuparse por las condiciones sanitarias y de hacinamiento, que costaron a su promotora interminables procesos judiciales. Sólo la intervención directa de la Reina evitó el cierre de la institución. A lo largo de diez años, Erin Pizzey trató con más de 5.000 mujeres y sus hijos, acogidos en su albergue.
Erin Pizzey comprendió desde el primer momento que existía una clara distinción entre las mujeres que, accidentalmente, habían emprendido una relación con un compañero violento al que deseaban abandonar definitivamente y las mujeres que, por profundas razones psicológicas generalmente relacionadas con experiencias infantiles de violencia, buscaban una o sucesivas relaciones violentas, sin intención de abandonarlas. A ese respecto, Erin Pizzey afirma: “… es esencial comprender el diferente significado con que utilizamos las palabras ‘maltratadas’ y ‘proclives a la violencia’. Para nosotros, una persona maltratada es la víctima inocente de la violencia de otra persona; mientras que una persona proclive a la violencia es la víctima de su propia adicción a la violencia”. Ambos tipos de mujeres necesitan tipos de ayuda totalmente distintos. Según sus conclusiones, 62 de las primeras 100 mujeres que llegaron al albergue eran tanto o más violentas que los compañeros de los que huían, “y a cuyo lado acababan volviendo una y otra vez debido a su adicción al dolor y a la violencia”.
Erin Pizzey ha escrito varios libros sobre la violencia doméstica, entre los que destaca el mencionado Prone to violence, que recoge la experiencia de esos diez años de trabajo en el albergue. Tras la publicación del libro, Erin Pizzey recibió amenazas de muerte contra sí misma y contra su familia, y se le aconsejó que, durante la gira de promoción del libro, viajase acompañada de escolta policial. El volumen desapareció pronto de los estantes de las bibliotecas y librerías, y el editor se arruinó. El acoso alcanzó tales proporciones que Erin Pizzey acabó exiliándose en Santa Fe (Nuevo México) y no volvió a Inglaterra hasta 1997.
Según los resultados de una investigación realizada en 1996 en todas las bibliotecas del mundo accesibles desde la Biblioteca del Congreso estadounidense a través de la red Inter-Library, en esa fecha sólo existían13 ejemplares en todo el mundo.
La extrema reacción suscitada por la obra de Erin Pizzey demuestra que ha tocado una verdad fundamental que el feminismo radical trata de ocultar desesperadamente. Hace tiempo que las feministas observaron que la violencia doméstica contiene tanto aspectos físicos como psicológicos. Pero tratan de ocultar el hecho de que la violencia psicológica es más frecuente entre las mujeres. En su artículo Working with violent women (“Trabajando con mujeres violentas”), la autora afirma: “Tenemos miles de estudios internacionales sobre la violencia masculina, pero existen muy pocos sobre las causas o las formas de la violencia femenina. Al parecer, un manto de silencio cubre las enormes cifras de la violencia ejercida por mujeres”. Con gran objetividad, Erin Pizzey estudia los aspectos patológicos de estos comportamientos, ajena a toda parcialidad sexista: “Según mi experiencia -dice-, tanto los hombres como las mujeres incurren igualmente en los comportamientos descritos, pero en conjunto, debido a que sólo las disfunciones del comportamiento masculino se estudian y son objeto de informes, la gente no comprende que, en la misma medida, las mujeres son igualmente responsables de ese tipo de conductas violentas”.
Para reforzar su conclusión de que las mujeres pueden ser tan violentas como los hombres, en su artículo When did you last beat your wife? (“¿Cuándo golpeó Ud. a su mujer por última vez?”) (The Observer, 3 de julio de 1998) señala que “la peor forma de violencia no tiene lugar entre hombres y mujeres, sino entre mujeres y mujeres. La violencia lesbiana destaca por su intensidad y resulta muy incómoda para el movimiento feminista radical”. En ese artículo observa también, en referencia a la discriminación ejercida contra los hombres en los sistemas judiciales canadiense y estadounidense que “las mujeres comenzaron a falsear la información y a acusar a sus parejas de violencia doméstica como preámbulo para solicitar el divorcio. Los hombres fueron acusados de abusar sexualmente de sus hijos y muchos acabaron en la cárcel sin que existiesen pruebas contra ellos. Para expulsar a un hombre de su hogar, bastaba con que su pareja alegase que tenía ‘miedo’”.
Especialmente significativo es su artículo No more war (“No más guerra”) (Irish Times, 9 de junio de 2000), donde recurre a su experiencia infantil para insistir en las causas patológicas de la violencia doméstica, que puede ser ejercida en igual medida por hombres y mujeres. “La experiencia personal me había enseñado que mi madre era tan violenta como mi padre. Siempre pensé que era una terrorista doméstica. [...] Mi madre, sin embargo, gozaba de gran estima, ya que se comportaba como un ángel en la calle y como el mismo demonio apenas traspasaba el umbral de su casa”. Otra frase significativa de ese artículo: “A finales de 1974 ya me había dado cuenta de que no se podía prestar apoyo general al movimiento feminista inglés, por su radical odio a la familia y a los hombres. Sabía que buscaban una causa legítima para justificar su odio a los hombres y obtener ayuda económica”.
En alguna ocasión, Erin Pizzey se ha definido a sí misma como “reformadora social”, y es la experiencia de su labor en la comunidad la que sirve de trasfondo a muchos de sus textos. En ellos se desnudan y sacan a la luz algunos de los aspectos más incómodos y deliberadamente ignorados del comportamiento humano. Cada época tiene sus dogmas y tabúes. En la nuestra se ha impuesto un concepto dogmático y unidireccional de la violencia doméstica. Pero cuando ese concepto se confronta con la versión de los protagonistas – activos y pasivos- de esa violencia y la objetividad de sus testigos directos, el “dogma oficial” salta en pedazos, y de nada vale seguir cubriendo la amarga realidad con más velos y tabúes. La verdad tiene sus espinas. Quizás por eso la obra -social y literaria- de Erin Pizzey ha molestado tanto en los círculos políticamente correctos y entre los administradores del pensamiento, aparentemente múltiple, pero realmente único.
“I think that you have special problems in Spain…”
“Uno de mis principales mensajes es que la violencia doméstica no es una cuestión de género. Tanto los hombres como las mujeres pueden ser violentos, pero la violencia de las mujeres se expresa de modo diferente y de forma más insidiosa que la violencia de los hombres.
Lo que realmente me preocupa es que los tribunales de familia han sido creados partiendo del criterio de que los hombres son los instigadores de todos los problemas que surgen en la familia.
En ellos, no se suele admitir que las mujeres puedan ser violentas y cometer abusos sexuales. La maternidad es sacrosanta y se considera un insulto poner en tela de juicio la función de una mujer en la familia. Todos sabemos que la mayoría de los hombres y las mujeres pasan por divorcios muy traumáticos y toman medidas para proteger el bienestar de sus hijos como mejor saben.
El problema surge cuando uno de los miembros de la pareja, o a veces ambos, padecen algún tipo de trastorno de la personalidad. Cuando los hombres son violentos y peligrosos es bastante fácil obtener protección para las mujeres y los niños. En la mayoría de los países existe actualmente una multitud de organismos que prestarán ayuda y protección a la mujer. Pero cuando el trastorno de personalidad lo padece la mujer, incluso aunque ésta tenga lo que yo llamaría una personalidad “maligna”, se le concede la misma protección y ayuda que a una mujer no violenta, debido a que no se reconoce su trastorno. Una mujer que grita, se pone histérica y amenaza a su pareja o al juez es tratada como una madre que sufre. Un hombre que muestre el mismo comportamiento será considerado violento, peligroso y tal vez encarcelado por desacato al tribunal. Además de reeducar profesionalmente a los jueces y los funcionarios de bienestar social, tenemos que insistir en que, cuando una madre padece un grave trastorno de personalidad, su pareja y sus hijos han de recibir la misma protección legal que se concede sistemáticamente a todas las mujeres. Tengo alguna experiencia de vuestros tribunales españoles, y la falta de comprensión de la dinámica familiar me parece realmente preocupante.” [Fragmentos de correspondencia de Erin Pizzey, del 1 de agosto de 2001.]
La última exigencia al respecto de las feministas radicales es la pretensión de endurecer la Ley de violencia de género para que se castigue a quien diga algo diferente a la verdad oficial. Así, por ejemplo, solicitan que sea considerado apología de terrorismo sexista a quien diga que hay denuncias falsas. Pero estos disparates se vuelven en su contra pues, ¿será terrorista el ministro de Justicia?
¿Alguien recuerda la Alemania nazi, la Unión soviética stalinista o la actual China comunista donde nadie puede disentir de la verdad oficial?
Veamos algún ejemplo más.
En el mes de marzo de 2008, justo antes de las elecciones generales, se hace público por parte del Consejo Económico y Social de la Comunidad de Madrid, un informe recopilatorio de los cambios legislativos habidos en los últimos años en relación con la perversamente llamada “violencia de género” y las ayudas, beneficios y privilegios que las maltratadas obtienen por parte de la Administración pública. El informe también se hace eco de los abusos que se cometen. El informe es un compendio. Una recopilación. No se da opinión alguna sino datos. La autora ni siquiera pertenece al CES pero su sentido común y su formación le hacen ver los “defectos”. “El trabajo, elaborado por la experta en Derecho, Economía y Políticas Públicas Tatiana Torrejón, recuerda que la sentencia condenatoria no está prevista ni en la Ley Orgánica contra la violencia de género ni en la legislación de la Comunidad de Madrid en la materia y, que, sin embargo, tiene más peso que una orden provisional o una denuncia”. Esto es, no es necesario una sentencia condenatoria firme para acreditar la condición de maltratada sino que basta la simple denuncia cuando no un simple certificado de la asociación feminista de turno para acceder a todas las ayudas, prebendas y privilegios que la legislación concede a las “maltratadas”. Las feminazis no dudaron en hacer uso de todos los resortes a su alcance, incluido el delito consentido por el Ministerio fiscal, para conseguir la retirada del informe.
En el año 2007 el juez de familia de Murcia, Fernando Ferrin Calamita, que se había significado a favor de la Custodia Compartida y en contra de la Ley integral contra la violencia de género, sufre el ataque de las feminazis al dictar una sentencia, tras recabar el informe de los peritos, en la que se atiene estrictamente a la legislación vigente. Como era previsible se le intenta apartar de la carrera e incluso se le encausa por prevaricación con el evidente objetivo de asustar a cualquier otro que se atreva a hacer lo que ha hecho Ferrín: ir en contra de los criterios de las feminazis.
María Jesús García Pérez, juez titular del juzgado de violencia sobre la mujer de Gijón se atreve a declarar en público su criterio basado en sus conocimientos jurídicos y su experiencia profesional. Esto es, que la Ley es inconstitucional y que provoca denuncias falsas, venganzas y corrupción. Rápidamente es atacada por diversas organizaciones feminazis tales como el Consejo de la Mujer o la Comisión contra la violencia. Por supuesto el organo de represión dirigido por Montserrat Comas entra en acción y abre expediente a la díscola jueza tras descalificar sus opiniones. La jueza ha manifestado que intentará defender su honor ante estos ataques a su persona. De poco le servirán ante el aparato stalinista de las feminazis.
Finalmente María Jesús Pérez ha sido sancionada por el CGPJ con una multa de 3.000 euros por la falta grave de hacer uso de su libertad de expresión y criticar una ley. en realidad se la castiga para impedir que cunda el ejemplo y dar una severa advertencia a todo aquél que se atreva a ir en contra de los designios feminazis. La libertad de expresión ha sido abolida y el delito de opinión ha vuelto a instaurarse.
  • Salvador Domínguez Montero
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